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Russia has bombed or raided more than 750 Ukrainian clinics and hospitals in almost three years of war

Russia has bombed or raided more than 750 Ukrainian clinics and hospitals in almost three years of war

Since the war began, on February 24, 2022, more than 1,500 Ukrainian medical facilities have been directly and seriously affected by the Russian offensive. It’s data collected by a group of non-governmental organizations among which is Physicians for Human Rights; a center dedicated to the defense of Human Rights through medicine and science and holder of a Nobel Peace Prize.

Of the thousand and a half documented incidents, more than half – 774 – have consisted of bombings or direct assaults on hospitals and clinics. Like, for example, the one collected by photojournalists Mstyslav Chernov and Evgeniy Maloletka in the documentary 20 days in Mariupol or the one suffered by the Okhmatdyt children’s hospital in kyiv last July. The rest fall into the category of logistical problems arising from airstrikes and the like. Like the one that affected the hospitals in the city of Horishni Plavni, in central Ukraine, in mid-November 2022 after several Russian fighter jets caused prolonged power outages in the area.

The same group of organizations – also composed of eyewitness, Insecurity Insight, Media Initiative for Human Rights and the Ukrainian Healthcare Center– has also documented the deaths of 234 medical workers since February 2022. “There is a reasonable basis to believe that attacks on Ukraine’s healthcare system constitute war crimes and comprise a course of conduct that could potentially also constitute crimes against humanity,” they say.

The (lack of) bureaucracy does not help

The Russian attacks have contributed to straining a health system that, however, has several open fronts beyond missiles or drones and that deals as best it can with the consequences of a war that is on its way to celebrating its third anniversary.

As explained in a conversation with EL ESPAÑOL Pavlo Kovtoniukformer Ukrainian Deputy Minister of Health and one of the people in charge of the Ukrainian Healthcare Center, the main problem is structural.

Until the beginning of the war, in 2014, Ukraine had several health systems that operated in parallel: there was one for the civilian population, another for civil servants, another focused on the military and several more,” he says during a meeting organized for the think tanks Eastern Circles and Ukrainian Prism in a central neighborhood of kyiv. “However, when the war began we realized that the system was not working, mainly due to the lack of experience of the military health system when it came to treating war wounds.”

The solution, as Kovtoniuk explains, consisted of transferring those wounded in combat to the nearest civilian hospitals since these were also better equipped. As a result, civil hospitals became general hospitals where military and non-military personnel began to be treated interchangeably. The problem, Kovtoniuk adds, is that the merger of both systems in practice was not followed by a bureaucratic update.

Lo cual ha generado unos desajustes importantes en un entramado sanitario que sigue recibiendo recursos, muchos de ellos gracias a la ayuda internacional, pero que ya no sabe muy bien dónde va a parar cada cosa o qué necesita cada quién. Algo que complica sobremanera la planificación eficiente a la hora de repartir el presupuesto del que dispone el Ministerio de Sanidad para sostener su red hospitalaria.

Los veteranos de guerra: un horizonte preocupante

Otra de las cuestiones que preocupa a las autoridades sanitarias ucranianas es la de los veteranos de guerra. A pesar de que muchos todavía siguen en activo, hay dos variables que Ucrania necesita atender pronto: la salud mental y la rehabilitación física.

Hemos cambiado la manera de comunicar la problemática de la salud mental para que la gente supere el estigma asociado a la misma y se anime a contactar con los especialistas”, afirmaba Viktor Liashko, ministro de Sanidad de Ucrania, en una entrevista concedida recientemente al portal Euronews. “Nuestra principal labor es prevenir que los problemas emocionales escalen hasta convertirse en desórdenes psiquiátricos”. Entre otras cosas, añadió, porque el sistema sanitario ucraniano “no está equipado para atender ese tipo de desórdenes a gran escala”.

Kovtoniuk coincide al indicar que el bienestar psicológico de la población, y en particular el de quienes luchan en el frente, es uno de los “puntos débiles” del país. El problema, en su opinión, tiene su origen en lo que él llama “el legado soviético”. “Hasta 1991 la salud mental estaba asociada no solo al sistema sanitario sino también al KGB y a una serie de prácticas que generaban miedo: institucionalización, aislamiento, sedación, etcétera”, cuenta. El estigma del que hablaba Liashko, vaya.

Dicho escenario –continúa explicando el ex viceministro de Sanidad– hizo que Ucrania no empezara a montar una red de cuidados destinados a la salud mental inspirada en Occidente hasta poco después del 2010. El problema es que la rebelión de las provincias orientales y la toma de Crimea por parte de Rusia no tardó en llegar. Es decir: comenzó la guerra. Y, con ella, todos los problemas asociados que afectan también a una población civil que pasa los días acosada por las alarmas antiaéreas mientras espera recibir noticias de los seres queridos que han marchado al frente. “Hablamos de ansiedad, estrés, falta de sueño crónica…”, enumera Kovtoniuk.

Sus declaraciones coinciden con las de Yevhen Poyarkov, director de la red ucraniana de enfermedades del sueño. En una entrevista concedida al diario Kyiv Independent, Poyarkov afirmó que en los últimos tres años ha certificado “una caída generalizada de la salud física por falta de sueño” debido a la cantidad de alarmas antiaéreas que se activan por la noche; el horario preferido por Rusia a la hora de lanzar sus misiles y sus drones. Cuando toca explicar los problemas que más se encuentra en el día a día, Poyarkov enumera los siguientes: fatiga, ansiedad, más dificultad para concentrarse, pérdida de atención y también de memoria.

Ahora tenemos que organizar el tratamiento de la salud mental desde cero”, cuenta Kovtoniuk. “Y ese no es un problema hospitalario, o no solo hospitalario, sino de terapia”. Y de una terapia prolongada en el tiempo.

Luego está el asunto de la rehabilitación física, donde se han logrado avances sustanciales en los últimos tiempos –gracias a una serie de iniciativas privadas– pero en donde todavía queda bastante por hacer. “Se ha mejorado mucho en lo que a la primera fase de la rehabilitación se refiere”, explica Kovtoniuk. “Lo que nos preocupa es la última, cuando los veteranos, que en su mayoría viven en pueblos o pequeñas localidades, regresan a casa y se encuentran solos, sin un centro cerca que pueda acompañarlos durante el resto de la recuperación”.

Ese parece ser uno de los asuntos que más está persiguiendo el Ukrainian Healthcare Center. Kovtoniuk explica que ya han puesto a trabajar al Ministerio de Sanidad y al Ministerio de Defensa mano a mano para que busquen la manera de aprobar medidas que faciliten la vida de quienes han sufrido secuelas físicas combatiendo a Rusia.

La ayuda internacional

Aunque cada vez son más los ucranianos que muestran públicamente su hartazgo con Occidente por una implicación armamentística más precaria de lo esperado, en el campo de la Sanidad la percepción es distinta.

Nuestros socios europeos nos están ayudando muchísimo”, asegura Kovtoniuk. Y cita la cantidad de civiles ucranianos que a lo largo de estos tres años han sido acogidos en hospitales de Polonia, Alemania, Italia o España, entre otros. Una acogida que ha permitido hacer hueco para los militares heridos y reducir los costes del Estado asociados, por ejemplo, a los cuidados que requieren todos aquellos enfermos de cáncer que ahora están siendo tratados en la Unión Europea.

Otra aportación nada desdeñable sería el entrenamiento ofrecido por equipos médicos de todo el continente en sus respectivas especialidades. Una experiencia, dice Kovtoniuk, “francamente valiosa” para la nueva generación de médicos ucranianos. Miles de jóvenes que, en lugar de emigrar, han decidido quedarse y aportar su granito de arena en retaguardia calzándose una bata.



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