The last push of Ramzan Kadyrov has targeted no less than three Russian politicians: a senator, Suleiman Kerimovwho is also considered an important oligarch, and two members of the Duma called Rizvan Kurbanov and Bekhan Barakoyev.
The Chechen leader has declared a “blood feud” – an expression that some observers have understood as a death threat – following a business dispute over Wildberries, Russia’s largest online sales company.
The problem lies not only in the seriousness of their statements, but in the origin of Kerimov, Kurbanov and Barakoyev. The first two are from Dagestan and the third is from Ingushetia. Two regions that, like Chechnya, belong to the North Caucasus; an area where, according to several experts, ethnic tensions can run high.
That is why Kadyrov’s threat is being followed with great interest in kyiv. Ukrainians are clear that the Achilles heel of Russia’s internal stability lies in that part of the country.
The ‘Wagnerite’ precedent
“Yevgeny Prighozin “He was not powerful enough to really threaten the Russian regime,” Ukrainian counterintelligence sources tell EL ESPAÑOL, referring to the leader of the Wagner Groupa mercenary organization at the service of the Kremlin, which rebelled against Moscow a year and a half ago (and ended up dead two months later). “We believe, however, that his revolt weakened Vladimir Putin and that Kadyrov took good note of it.” In other words: “We see it as plausible that, if he perceives new weaknesses in Putin, he could end up betraying him.”
The British historian Mark Galeottian expert on Russia and author of twenty essays on the Eurasian country, also maintains that Prighozin’s revolt has weakened Putin. In his latest book, signed with the researcher Anna Arutunyan and titled Downfallexplains that “the rise and fall” of the mercenary leader “demonstrates not only how Putin’s system works but also how it is beginning to crack.”
“The monarch no longer seems to be as capable of supervising and managing the friction between his courtiers,” he writes, referring to the confrontation that Prighozin had against Sergei Shoiguthen Russian Defense Minister, and Valery Gerasimovchief of the Russian General Staff. The people against whom the mercenary rebellion was really intended.
“Pero más allá de eso, lo que Prighozin puso de manifiesto con su revuelta y con su muerte fue la vacuidad de un régimen envejecido que ya no cree en nada”, continúa explicando el académico. “Prighozin y sus hombres peleaban por una visión de Rusia que Putin no tiene por ser demasiado mayor, ser demasiado débil o estar demasiado cansado, y por eso el fantasma de Prighozin le perseguirá durante lo que le quede de reinado”, añade.
La tesis de Galeotti se sostiene sobre varios pilares. Uno de los más evidentes es la reacción que tuvieron las gentes de Rostov del Don, una ciudad de más de un millón de habitantes, ante la llegada del Grupo Wagner durante la revuelta. Muchos se echaron a la calle para felicitar a los mercenarios y sacarse fotos con ellos. Otro de esos pilares es la ausencia de resistencia que hubo ante el avance hacia Moscú de la columna ‘wagneriana’, que se detuvo a tan solo 300 kilómetros de la capital por mediación del presidente bielorruso Alexander Lukashenko, y cómo buena parte de las élites rusas decidieron ponerse de perfil a la espera del resultado del pulso.
En la misma línea se ha pronunciado en varias ocasiones el opositor ruso Mijaíl Shishkin. “Rusia está esperando un nuevo zar”, declaró en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL el pasado mes de junio al ser preguntado por el asunto. Shishkin considera que Prighozin no logró serlo solo porque no era lo suficientemente poderoso. O sea: que, en su opinión, es cuestión de tiempo.
Kadírov no apoyó la revuelta de Prighozin, cierto. Quizás por haber percibido desde el primer momento que aquello no iba a terminar en triunfo. O que no era más que una performance para hacerse valer frente a Shoigu y Guerásimov. Sin embargo, el checheno había secundado previamente las críticas del líder mercenario contra el Ministerio de Defensa ruso. Además, tras la muerte de Prighozin en una explosión aérea orquestada, supuestamente, por los servicios secretos rusos, Kadírov se refirió a él como “un amigo siempre listo para ayudar”. De hecho, no envió a sus combatientes a frenar el envite ‘wagnerita’.
La disputa empresarial
El origen de las amenazas de Kadírov contra Suleimán Kerímov, Rizván Kurbanov y Bekhan Barakoyev parece encontrarse en el tiroteo que tuvo lugar en el Romanov Dvor, un centro de negocios moscovita sito a menos de un kilómetro del Kremlin, el pasado mes de septiembre.
El intercambio de disparos, que terminó con la vida de dos guardaespaldas, ocurrió cuando Vladislav Bakalchuk, el ex marido de Tatyana Kim, dueña de Wildberries y la mujer más rica de Rusia, trató de entrar por la fuerza en las oficinas de la compañía acompañado de varios chechenos. Lo que pretendía, al parecer, era detener la fusión entre Wildberries y la empresa de publicidad exterior Russ Group.
Dicha fusión cuenta con el beneplácito del Kremlin, o sea de Putin, que busca la manera de crear una macroempresa capaz de rivalizar con gigantes como Amazon. Y, en el proceso, beneficiaría sustancialmente a los tres legisladores citados. Sin embargo Kadírov, quien ejerce de ‘padrino’ del ex marido de Kim en la disputa, considera que la operación perjudicaría más de lo permisible los intereses de su protegido y, por extensión, los suyos. Lo cual explica por qué el día de autos Bakalchuk llegó al Romanov Dvor rodeado de chechenos.
En cuanto al tono sumamente belicoso utilizado por Kadírov en sus declaraciones, éste respondería, según ha informado el diario independiente Fortanga, a que Kerímov, Kurbanov y Barakoyev habrían ordenado su asesinato.
¿Un conflicto étnico en el horizonte?
“El conflicto entre Kadírov y el senador ruso Suleimán Kerímov es uno de los más serios en los últimos diez años”, explicaba hace un par de días en X, antes Twitter, el asesor ministerial ucraniano Anton Gerashchenko. “Hay una discusión bastante seria en Rusia sobre si podría desembocar en un conflicto étnico entre chechenos y daguestaníes”. Para sostener su afirmación, Gerashchenko citaba una nota emitida por las autoridades de Daguestán diciendo que las declaraciones de Kadírov están “desestabilizando seriamente el Cáucaso Norte”.
No obstante, otros analistas más imparciales –a fin de cuentas Gerashchenko, como ucraniano, es parte interesada en que el affaire caucásico vaya a más– consideran que la cuestión bien podría quedar en un episodio más de tensión entre oligarcas y señores de la guerra que, tras cruzar sables en público, terminan acatando la voluntad del Kremlin.
Marta Ter Ferrer, experta en el Cáucaso Norte y autora de un esclarecedor ensayo titulado La Chechenia de Kadírov, comentaba en la misma red social que Kadírov es “muy bravucón para atemorizar a sus enemigos pero en 20 años no ha cruzado líneas rojas que le confrontaran con Putin”. Con todo, Ter Ferrer reconocía que la amenaza contra Suleimán Kerímov, en concreto, supone poner en el punto de mira a una persona particularmente poderosa dentro de los círculos oligárquicos rusos. “Ha jugado fuerte”, añadía. “Veremos a ver qué pasa”.
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